21:00 VIGILIA PASCUAL
Notas para fijarnos en Jesús y el evangelio Jn 18,1-19,42
· El relato de la pasión de Jesús en el cuarto evangelio es una enérgica afirmación de su identidad. A los que le buscan, Jesús les dice: «Yo soy», fórmula frecuente en Juan, y que estos dos capítulos repiten muchas veces.
· Enfrentamiento con Pilato: De inicio, Juan hace notar que, siendo la fiesta de la Pascua, los judíos «no entraron en el pretorio por no incurrir en impureza». Esto obliga a Pilato a un constante vaivén en el que su figura se desgasta y disminuye en la medida en que crece la de Jesús.
· Pilato aparece en escena seguro de sí y de su poder. Al comienzo ni siquiera quiere hacerse cargo del acusado. Luego, displicente, le pregunta a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?» (18,33). La respuesta la hemos aprendido todos desde niños: «Mi reino no es de este mundo» (18,36). Esta afirmación no significa, como a veces se pretende, que el reino de Dios nada o poco tiene que ver con la historia humana; ello no corresponde al conjunto del evangelio. Cuando pedimos «venga a nosotros tu reino» estamos diciendo que llegue a nuestra historia, y al mismo tiempo sabemos que está más allá de ella. Con «mi reino no es de este mundo» Jesús dice a Pilato: Mi reino no es como el que tú conoces, como el mundo que tú representas; pero es un reino que incide también en el presente. Pilato parece haberlo entendido, pues pregunta: «Conque, ¿tú eres rey?». Jesús no lo niega: «Tú lo estás diciendo, yo soy rey». Pero su reino no es de dominación como el del César, sino de servicio. Son dos maneras de entender la historia y la globalidad de la existencia humana.
· Los judíos hacen que el funcionario romano escoja entre Jesús y el César y lo que significan. Antes, Pilato les había hecho elegir entre Jesús y Barrabás; ellos le proponen ahora una decisión de otra envergadura, arriesgada además para el procurador. Como tantos hoy, también Pilato opta por el poder temporal y por la prebenda. El servil Pilato ordena la crucifixión del Nazareno. Y la cruz, signo de su entrega y amor, se convierte en el trono de su reino de servicio. Cuando Jesús es llevado a la muerte, aparentemente vencido, Juan lo presenta erguido y victorioso.
· Vapuleado y con el rostro desfigurado, Jesús, como el siervo de Yavhé, del que nos habla Isaías, «asombrará a muchos pueblos; y ante él los reyes cerrarán la boca» (Is 52,15).
Desde la cruz nos llama a amar hasta el extremo. En la solidaridad con todos, y en especial con los más marginados, podemos, hoy y siempre, acoger el reino que vino a traernos Jesús.
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